miércoles, 7 de septiembre de 2011

Sombreros cónicos

Si hay una imagen representativa del Vietnam, ésa es la del campesino con los pies hundidos en el fango hasta las rodillas en el campo de arroz que se protege del sol y de la lluvia con un sombrero cónico. Uno puede pensar que pasados los años (y con un Vietnam claramente encaminado a ser uno de los países del sudeste asiático más influyentes entre los mercados extranjeros) el sombrero cónico no es más que un souvenir, un vestigio de tiempos remotos. Lo cierto es que aunque sea el típico objeto que muchos turistas compran para protegerse del sol (venga, va, que sí, que todos perdemos la  vergüenza cuando creemos que nadie nos conoce), no ha quedado entre la población local como una reliquia desfasada. Al contrario: es bastante común entre los vietnamitas. Como común es que los vendan por las calles de todas las ciudades del país. Desde un buen principio me había negado a comprar un sombrero cónico; me parecía una turistada, como el típico gorro mexicano que compran los guiris en las Ramblas. Y eso que me había comprado un gorro, pero nada que ver con el típico sombrero veitnamita.
Y mira tú por dónde que paseando por las calles de Saigón un sombrero cónico llegó a mis manos a cambio de un dólar americano. Al pasar por una de sus amplias avenidas, me quedé pasmada mirando una colección de sombreros que estaban apilados en medio de una acera. La peculiaridad no era el almacenamiento sino sus diferentes medidas, que iban desde el tamaño real hasta unos ínfimos gorritos que resultarían el outfit más apropiado de la Barbie Viet Cong. Eran tan monos como inútiles, así que nos dispusimos a seguir camino. De repente, fuimos asaltados por una mujer, la artesana, que prácticamente me metió el minigorrito por los ojos. Un dólar era un precio excesivo si se tiene en cuenta lo que cuestan las cosas en Vietnam pero por otro lado, como decirlo, a mí no me sacaba de pobre.
La vendedora utilizó la cháchara para convencernos de lo necesario de la compra. Nos preguntó el nombre, la procedencia, el tiempo que llevábamos por su país y satisfecha su curiosidad sobre datos banales entró en fonduras. Típica conversación: 
you married?
No.
Ah, you friends?
Not exactly.
Hasta aquí todo normal. Pero, no sé por qué, esta vez añadí "We are something more than friends". Y para mi sorpresa la mujer se ruborizó como una colegiala al ser preguntada por el novio. Empezó a reirse tapándose la boca y palmeándose las piernas. Fue muy gracioso. Después se puso seria, miró a mi acompañante fíjamente a los ojos y le dijo: "You be good to her!". En su medio inglés nos explicó que era soltera, aunque ya estaba en la sesentena, que su único medio de vida era la venta de souvenirs. Durante la guerra tuvo un novio, un prometido, pero al final la abandonó para huir del país. Ella lo esperó, porque le había prometido que volvería a por ella o que la ayudaría a expatriarse, quizás. Sin embargo supo por  terceros que, en el exilio, él se había casado. Ella nunca más se casó. Puede que fuera un exceso de fervor romántico, aunque más seguramente la falta de hombres solteros y jóvenes tras la guerra, o el no disponer de dote que ofrecer a la familia del futuro marido fueran causas más que probables de su soltería. La cuestión es que no creo que su historia fuera tan insólita. Seguramente la guerra dejó atrás muchas viudas y mujeres solteras incapaces de encontrar marido. 
Por eso, por lo simpático de la situación y porque era muy bonito, adquirí mi sombrerito cónico como una turista más.

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