martes, 20 de septiembre de 2011

No me toques el pito... que me irrito

El tráfico, ¡qué locura! Miles de vehículos rodados recorren las calles de las ciudades vietnamitas haciendo un ruido infernal a su paso. Coches (los menos) y motos (la mayoría) se mueven despacito como si formaran parte de una ensayada coreografía de ballet. En las tres semanas que recorrimos el país no vimos ni un solo accidente de tráfico, pero no pasó un día en el que no viéramos con asombro cómo los vietnamitas se saltaban a la torera las normas de circulación, TODAS las normas de circulación.
Que hay un semáforo en rojo, no pasa nada: nos lo pasamos. Que hay una vía de sentido único, no pasa nada: vayamos en el sentido que más nos convenga. Que lo legal es que vayan dos personas como máximo en una moto, no pasa nada: no vayamos a dejar a alguien en tierra. Dos pasajeros es lo habitual, tres; bastante común, cuatro; no tan raro. ¡Qué desatino el pensar que en un paso de peatones pararán el coche para que crucemos! ¡Qué dislate ceder el paso en un cruce! Allí impera la ley de la jungla, el sálvese quien pueda del automovilista falto de prudencia.
Ante semejante panorama, uno no puede más que preguntarse cómo es posible que no haya más siniestros. Después de darle muchas vueltas he llegado a la conclusión de que no se estrellan más a menudo por el uso desmesurado que hacen del claxon. En mi opinión, tras tan notables bocinazos se esconde todo un código de circulación en morse. Pongamos unos ejemplos ilustrativos:
Supongamos que el resuelto automovilista se encuentra ante un semáforo en rojo pero que necesita pasar porque tiene prisa. En ese caso puede empezar a pitar como un loco como queriendo decir: "pasooooooooo, pasooooooooo, ojo que pasoooooooooooooo". El mismo automobilista se enfrenta ante una nueva disyuntiva: la calle por la que quiere pasar es de un solo sentido y él va en sentido contrario. No hay problema. También en este caso puede empezar a pitar como un loco como queriendo decir: "pasooooooooo, pasooooooooo, ojo que pasoooooooooooooo". Un motorista circula tranquilamente por una carretera/calle. El conductor que le sigue conduce un flamante coche (quizás un taxi) o un minibús y tiene prisa. ¿Qué hace? Pues se pone a pitar como un loco como queriendo decir: "sácate del medio mosquitoooooooooooo, yo soy más grande". 
Ejemplos como estos hay millones. Tantos como conductores. La cuestión es que cada vez que se lían a patadas con el código de circulación ponen la manita en el claxon y sueltan sartas de sonoros "piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii". Aunque cabe decir que no siempre parecen pitar por alguna razón. A veces, simplemente se lían a bocinazos como si así fueran a llegar antes a su destino o simplemente para llamar la atención de alguien en la acera (ése sería el caso de los taxistas cazando clientes, por ejemplo). Nosotros hemos llegado a creer que quizás algunas motos lleven de fábrica un dispositivo que pite cada vez que la moto esté en movimiento sin necesidad de apretar el claxon.
El concierto de pitazos en la ciudad resulta muy pesado y estresante. Me pregunto cómo reaccionaría un conductor occidental sometido al estrés de los decibelios de los cláxons vietnamitas. Me refiero a uno que en su vida hubiera conducido en un país asiático, claro. Y los policías de tráfico, ¿cómo podrían poner orden en tal desorden? ¿Y qué sería allí de esas pegatinas que se adhieren a la luna trasera, tan de moda allá por los noventa, y que rezan: "no me toques el pito, que me irrito"?

domingo, 11 de septiembre de 2011

El verdadero underground

I admire them. They didn't have money or weapons; they were very clever, you know. They used everything Americans left behind to make new weapons, to dig new traps. They were less than us but they won the war.
En estos términos se expresó nuestro guía de los túneles de Cu Chi, un ex combatiente de la guerra del Vietnam de origen vietnamita-filipino que luchó en la marina americana y que formó parte de las operaciones de búsqueda y destrucción (Saerch and Destroy missions) en el área de Cu Chi, a unos 40 km de Saigón (HCMC) y a tan sólo 20 Km de la frontera con Camboya.
La guerra del Vietnam (o The American War, como ellos la denominan) ha sido uno de los conflictos amados más controvertidos e infames del s. XX. En dicha confrontación se dejaron la vida alrededor de 60000 americanos y más de dos millones de vietnamitas, entre soldados, guerrilleros y civiles. Por no contar con el ingente número de heridos y de afectados en general, las mal llamadas "víctimas colaterales". Entre la guerra y la posguerra, no quedó una sola familia que no hubiera perdido algo: la casa, las tierras, un familiar, un miembro del propio cuerpo o, en muchos casos, que no hubiera sido afectado por los agentes tóxicos que los EEUU vertieron por todo el territorio.
Desde 1965 hasta 1975 los soldados estadounidenses lucharon en las junglas vietnamitas contra un enemigo fantasma. El Viet Cong, la guerrilla popular vietnamita que luchaba a favor del Vietnam del norte, entabló una guerra de guerrillas para la que los americanos no habían sido entrenados. Atacaban de noche y durante el día se ocultaban bajo tierra, en una elaborada red de intrincados túneles que ellos mismos habían construido.
Estos túneles, en concreto los de Cu Chi, llegaron a medir 350 km de largo y a estar construidos en tres niveles diferentes: a 6, a 8 y a 10 metros de profundidad. A través de la red, los guerrilleros se movían rápidamente ante un enemigo pasmado que creía enfrentarse a un ejército mucho más numeroso. No sólo utilizaron los túneles para escapar y emboscar, en muchas zonas construyeron ciudades enteras bajo tierra en las que no faltaban cocinas, dormitorios, guarderías, hospitales improvisados, salas de reunión y por supuesto salidas de emergencia y respiraderos. Todo un mundo underground para resistir ante un enemigo mucho superior en armamento y número de hombres. Los túneles llegaron incluso hasta una de las bases americanas en la jungla, o mejor dicho, los americanos construyeron su base sobre la red de madrigueras sin darse cuenta.
Los americanos, sabiendo que se escondían bajo tierra, intentaron por todos los medios inutilizar los túneles. Usaron perros para seguir el rastro y encontrar las entradas a los túneles pero los VC construyeron trampas para cazar a los animales. Utilizaron granadas y bombas para destruir los túneles, pero los VC los reconstruían por la noche. Incluso entrenaron unidades para entrar en los túneles y matar a los guerrilleros, pero éstos los emboscaban incluso bajo tierra. El sistema de túneles fue, en definitiva, una de las armas más efectivas para la desmoralización de las tropas estadounidense que pasaban días enteros peinando kilómetros de terreno sin resultado y con numerosas bajas.
No hay que olvidar que el Viet Cong no era más que un ejército de liberación popular. No disponían de medios ni de soporte económico pero hicieron frente al poderoso enemigo con ingenio y amplias maniobras de reciclaje. Los marines pasaban por la jungla como un elefante en una cacharrería y dejaban tras de sí un arsenal de materiales que los guerrilleros reutilizaban, a saber, los neumáticos para hacer sandalias, las bombas explotadas para extraer pólvora o para realizar trampas. Todo se podía aprovechar. Así, sin darse cuenta el ejército americano se convirtió en el mayor proveedor de materiales para realizar armas del Viet Cong.

***
Era pleno agosto. Hacía un calor infernal en medio de aquella jungla. La humedad era tan alta que toda yo era transpiración y vaho. Avanzábamos siguiendo al guía, un hombrecillo asiático que decía haber combatido en la marina norteamericana durante la guerra del Vietnam. Hicimos varios altos en el camino: he aquí una trampa para matar perros, he aquí una trampilla para preparar emboscadas, he aquí una entrada al sistema de túneles que tenéis bajo los pies, he aquí un tanque americano abandonado tras la retirada, etc. Al final del recorrido se nos permitía hacer dos cosas:
1. Comprar balas y disparar en un campo de tiro controlado por el ejército. Se podían utilizar las armas que usaron los contrincantes de ambos bandos.
2. Recorrer una pequeñísima parte de los túneles, apenas unos 150 metros.
Me negué a disparar un arma; no es lo mío, pero me moría de curiosidad por ver los túneles con mis propios ojos.
No soy claustrofóbica y no me asusta la oscuridad, pero he de decir que a 8 metros bajo tierra y en fila india por unas galerías cuyo tamaño te obligaba a ir en cuclillas y con la cabeza gacha las cosas se ven desde otra óptica. La sección de túneles que nos dejan visitar está preparada para el turista: se agrandaron un poco las galerías (los vietnamitas son menos corpulentos y si los túneles se dejaban de tamaño original los occidentales nos quedaríamos atorados. Mal negocio.) y hay cada pocos metros una lamparita de luz ténue. Cada 30 metros hay una salida "de emergencia" que también sirve de respiradero, porque de otro modo no llegaría oxígeno suficiente. El guía nos dijo que no hacía falta llegar hasta el final del recorrido, que se podía salir por cualquiera de las salidas de emergencia. Pensé que exageraba. Las tripas se me hicieron un nudo bien prieto cuando vi que una de las chicas que iba en el grupo anterior a nosotros, nada más asomar la cabeza, había decidido no entrar. No me gusta nada, pensé, pero la gente es un poco exagerada. 
No sé cuanto tiempo estuve bajo tierra, probablemente no más de cinco minutos, pero a mí se me antojó toda una eternidad. El calor es insoportable ahí abajo, notas como tu respiración se hace pesada y costosa, tienes dificultad para moverte y también para avanzar (porque todos los turistas entramos en fila de uno y dependes de lo que corra el primero para poder seguir). No hay escapatoria, una vez dentro del túnel no puedes huir hasta la siguiente salida. Nada más bajar al primer nivel pensé: me va a dar un ataque de ansiedad y no voy a poder salir de aquí. ¡Qué sensación de asfixia! ¡Qué sofoco! Hacia delante cola de turistas que avanzaban despacito, hacia atrás más de los mismo. Me agarré con fuerza a mi compañero y apreté los dientes: no me voy a rendir. Pasamos junto a la primera salida de emergencia y superé la tentación de salir. El aire fresco que entraba me recordó que todo estaba bien. 
En un momento dado, la cola se detuvo. Recuerdo que nosotros estábamos en medio de la oscuridad y bastante lejos de una salida de emergencia. De nuevo me sentí atrapada y noté como se me aceleraba el pulso. Por culpa de los nervios me costaba respirar cada vez más y sentí el impulso de gritar y de empujar a todos para escapar... Pero aguanté y la fila volvió a moverse de nuevo. Pasamos por otras 3 salidas más pero ambos aguantamos como jabatos. Al salir de los túneles pensé que era la primera vez en mi vida que había sentido un terror tan real. Fue como si hubiera estado buceando a pulmón y de repente saliera a la superficie. Las impresiones eran reales allí abajo y la sensación de peligro se podía palpar. No podía parar de preguntarme cómo habían hecho aquellos hombres del siglo pasado para vivir en aquellas condiciones: bajo tierra, con calor, con poco oxígeno; con el sónido de los bombazos, de los tanques y de las ráfagas de ametralladora sobre sus cuerpos y con el miedo a morir agarrándoles las tripas con fuerza. Salir de nuevo a la atmósfera pastosa la jungla fue para mí como nacer de nuevo. Definitivamente, pensé, no me va el underground.

sábado, 10 de septiembre de 2011

Storia di uno zaino (Terza Parte)

La voce di chi mi aveva raccolto era stridula, acuta. Il suo passo lento, simile a quello di una lumaca in confronto a quello del mio proprietario che camminava svelto. Come poteva essere successo? Mi chiedevo come fosse possibile che uno sconosciuto mi stesse portando via. Mi aveva rubato? Poco probabile, visto che la cosa più preziosa che avevo dentro era una valigetta di farmaci antidiarrea. Si era sbagliato? In quel caso doveva esserci uno zaino simile a me girando tristemente solo sul nastro trasportatore. E i miei veri padroni che cosa stavano facendo? Perché non intervenivano?
In quei confusi momenti sapevo solo che ci stavamo lentamente dirigendo verso la stazione dei treni dell'aeroporto di Milano Malpensa. Senza che nessuno fosse venuto a reclamarmi cominciai a intravedere da sopra la spalla del mio stridulo rapitore il treno che ci aspettava fermo al binario. Mi dicevo che tutto si sarebbe risolto, che all'improvviso l'essere bicefalo sarebbe ricomparso e mi avrebbe recuperato. Nulla di tutto questo. L'uomo dalla voce di gallinaccio mi appoggió sul portabagagli del treno e ce ne andammo.
Se la rideva coi suoi compagni di viaggio: era appena cominciata la loro vacanza nel nord Italia, in campeggio nelle valli alpine. Avevano già cominciato a bere da grandi bottiglie su cui potevo scorgere c'era scritto "birra". Erano in quattro, tutti dall'apparenza piuttosto giovane. I loro discorsi erano sostanzialmente stupidi. Mi sentivo perduto. Niente avrebbe potuto riportarmi indietro. E i miei padroni poi... Già perennemente preoccupati quando non c'erano problemi, figurariamoxciIl viaggio che avevo sognato in quel lontano paese chiamato Vietnam era ormai solo un sogno opaco. Passai tutta la giornata e la notte in una camerata d'ostello che odorava di piedi sudati. Il gallinaccio non mi aveva neanche aperto. Non si era cambiato neppure i calzini. Ero ormai sicuro che si era trattato di un errore. Avevo a che fare con un distratto imbranato che non aveva nessuna intenzione di lavarsi. Ci avrebbe messo secoli ad accorgersi dell'errore. Ero condannato ad attendere il mio destino in quella camerata puzzolente.
Prima di andare a letto finalmente il gallinaccio mi aprì per cercare il pigiama. Mentre mi apriva si lamentava gritando coi suoi compagni di viaggio "Ma dove sta il lucchetto che avevo messo?!". Ancora il sospetto che non fossi il suo zaino non gli passava nenche per l'anticamera del cervello. Intervenne allora uno dei suoi amici, chiamato se non ricordo male Juan: "Sei un coglione! ahahahaha... Come al solito ti sei perso qualcosa". Il gallinaccio intanto stava abbassando la lampo che avrebbe dischiuso il mio contenuto. Quando finalmente alzó la tela il suo volto si contorse in una smorfia strana, qualcosa a metà tra incredulità e divertimento. E si, perchè allo stronzo in fondo l'avere appena scoperto di essersi portato via il bagaglio di un altro lo stava divertendo. Devo aggiungere che dall'alito e dall'atteggiamento dei quattro compari non avevo alcun dubbio che durante la serata avessero bevuto parecchio di quello che gli umani, come seppi poi, chiamano alcol. Ammetto che gli insulti e i lazzi contro il protagonista dello scambio da parte dei suoi amici fu piuttosto esilarante. Anche io, triste com'ero, pieno di nostalgia e di pena per i miei padroni lontani (che chissà quanto arrabbiati erano per aver perso metà dei loro indumenti) non potei trattenere un sorriso.

miércoles, 7 de septiembre de 2011

Sombreros cónicos

Si hay una imagen representativa del Vietnam, ésa es la del campesino con los pies hundidos en el fango hasta las rodillas en el campo de arroz que se protege del sol y de la lluvia con un sombrero cónico. Uno puede pensar que pasados los años (y con un Vietnam claramente encaminado a ser uno de los países del sudeste asiático más influyentes entre los mercados extranjeros) el sombrero cónico no es más que un souvenir, un vestigio de tiempos remotos. Lo cierto es que aunque sea el típico objeto que muchos turistas compran para protegerse del sol (venga, va, que sí, que todos perdemos la  vergüenza cuando creemos que nadie nos conoce), no ha quedado entre la población local como una reliquia desfasada. Al contrario: es bastante común entre los vietnamitas. Como común es que los vendan por las calles de todas las ciudades del país. Desde un buen principio me había negado a comprar un sombrero cónico; me parecía una turistada, como el típico gorro mexicano que compran los guiris en las Ramblas. Y eso que me había comprado un gorro, pero nada que ver con el típico sombrero veitnamita.
Y mira tú por dónde que paseando por las calles de Saigón un sombrero cónico llegó a mis manos a cambio de un dólar americano. Al pasar por una de sus amplias avenidas, me quedé pasmada mirando una colección de sombreros que estaban apilados en medio de una acera. La peculiaridad no era el almacenamiento sino sus diferentes medidas, que iban desde el tamaño real hasta unos ínfimos gorritos que resultarían el outfit más apropiado de la Barbie Viet Cong. Eran tan monos como inútiles, así que nos dispusimos a seguir camino. De repente, fuimos asaltados por una mujer, la artesana, que prácticamente me metió el minigorrito por los ojos. Un dólar era un precio excesivo si se tiene en cuenta lo que cuestan las cosas en Vietnam pero por otro lado, como decirlo, a mí no me sacaba de pobre.
La vendedora utilizó la cháchara para convencernos de lo necesario de la compra. Nos preguntó el nombre, la procedencia, el tiempo que llevábamos por su país y satisfecha su curiosidad sobre datos banales entró en fonduras. Típica conversación: 
you married?
No.
Ah, you friends?
Not exactly.
Hasta aquí todo normal. Pero, no sé por qué, esta vez añadí "We are something more than friends". Y para mi sorpresa la mujer se ruborizó como una colegiala al ser preguntada por el novio. Empezó a reirse tapándose la boca y palmeándose las piernas. Fue muy gracioso. Después se puso seria, miró a mi acompañante fíjamente a los ojos y le dijo: "You be good to her!". En su medio inglés nos explicó que era soltera, aunque ya estaba en la sesentena, que su único medio de vida era la venta de souvenirs. Durante la guerra tuvo un novio, un prometido, pero al final la abandonó para huir del país. Ella lo esperó, porque le había prometido que volvería a por ella o que la ayudaría a expatriarse, quizás. Sin embargo supo por  terceros que, en el exilio, él se había casado. Ella nunca más se casó. Puede que fuera un exceso de fervor romántico, aunque más seguramente la falta de hombres solteros y jóvenes tras la guerra, o el no disponer de dote que ofrecer a la familia del futuro marido fueran causas más que probables de su soltería. La cuestión es que no creo que su historia fuera tan insólita. Seguramente la guerra dejó atrás muchas viudas y mujeres solteras incapaces de encontrar marido. 
Por eso, por lo simpático de la situación y porque era muy bonito, adquirí mi sombrerito cónico como una turista más.

domingo, 4 de septiembre de 2011

Storia di uno zaino (Seconda Parte)

I miei acquirenti mi portarono a casa e mi chiusero in un ripostiglio oscuro. Abituato alla luce del finestrone del negozio mi ci volle un po' per rifarmi gli occhi. Ma non dovetti resistere molto: ce ne andammo solo 4 giorni dopo. La meta del viaggio doveva essere molto vicina alla mia terra d'origine, perché la parola "Cina" ricorreva spesso quando se ne parlava. Lo chiamavano Vietnam, e sentii dire che era una lunga striscia di terra bagnata dal mar della Cina, che si allargava nella parte più a nord e in quella più a sud, e che un tempo si era chiamato Indocina.
Dal mio nuovo ripostiglio riuscivo a sentire quello che i miei proprietari si dicevano. Erano preoccupati, sempre ed irrimediabilmente indecisi, non sapevano se avevano fatto il passo più lungo della gamba decidendo di andarsene così lontano. A me sembravano paranoici: persino uno zaino come me sa che c'è meno rischio ad andare in giro per il Sud-Est Asiatico che in qualsiasi periferia di una grande città occidentale.
Arrivò dunque la vigilia della partenza. Tra un "ce la faremo?!!" e l'altro mi riempirono di vestiti, necessaires per la toletta e anche una borsa di pelle piena di medicine antidiarrea, antizanzare e una macchinetta elettrica per tagliarsi barba e capelli. Il giorno dopo ce ne saremmo andati all'alba, ma dal ripostiglio potevo sentire i miei due padroni discutere in camera dei pericoli e delle trappole che si sarebbero trovati davanti. Alla fine si addormentarono giusto un'oretta prima che suonasse la sveglia.
All'alba, dopo avermi allungato, accorciato, riallungato, stirato e pressato per circa mezz'ora, finalmente trovarono quella che a loro sembrava la misura giusta per caricarmi in spalla. Allora mi resi conto che con noi veniva un altro mio simile, un po' più piccolo di me ma molto più sgargiante: era verde pisello. Arrivammo all'aeroporto e fui protagonista del primo check-in della mia vita. Avevo sentito parlare di quella fastidiosa operazione quando ero ancora nel magazzino della fabbrica dove ero stato prodotto. Alcuni operai dicevano che tutte quelle corde e gancetti che pendono da noi zaini erano facilmente soggetti ad impigliarsi in qualche gancio dopo il check-in, durante il percorso sul nastro trasportatore diretto al rimorchio che poi ci avrebbe portati all'aereo.
Quando l'impiegata finalmente mi applicò l'etichetta adesiva con la sigla dell'aeroporto di destinazione facendola passare attorno al mio manico superiore, non mi sentivo più tanto tranquillo e il mio umore era sempre più simile a quello dei miei paranoici proprietari.
Tutto invece andò bene. Superai senza agganciarmi da nessuna parte i 300 metri di nastro trasportatore, caddi da circa 3 metri in una grande stanza senza finestre, un paio di personaggi con un giubbotto giallo fosforescente si avvicinarono, mi presero, contrallarono cosa c'era scritto sulla mia etichetta (MPX) e mi misero su un grosso rimorchio tirato da un furgoncino. Arrivai senza ostacoli all'aereo della compagnia Vueling diretto a Milano Malpensa. Noi bagagli siamo una categoria piuttosto bistrattata: ci tirarono senza tanti complimenti nella stiva dell'aereo e ci ammassano tutti uno sopra l'altro in pochi minuti.
A Milano ci gettarono su un altro carro, ci portarono nella zona arrivi dell'aeroporto e ci misero su un nuovo nastro, pronti per ricongiungerci di nuovo coi nostri padroni. Cominciai a girare, e vedevo gli sguardi attenti dei passeggeri che ci aspettavano pronti ad afferrarci. Due mani mi presero improvvisamente e mi caricarono su spalle che... Non mi sembrarono per nulla quelle dell'essere bicefalo. Non era l'essere bicefalo! Ne fui assolutamente sicuro quando lo sentii parlare.
FINE SECONDA PARTE


jueves, 1 de septiembre de 2011

Medios de transporte alternativos

Carros...
Motocarros...

Bicicletas...

Ciclos...
Y motos...
 
Y más motos...

Y aún más motos
Y...

Una imagen vale más que mil palabras.
¿Quién quiere furgonetas teniendo un vespino?

Storia di uno zaino (Prima Parte)

Sono nato in Cina circa un anno fa, ma non si sa per quale ragione ho un nome da indigeno delle Ande: Quechua. Il mio destino era già scritto: me ne sarei andato di casa appena nato, ammassato in mezzo a tanti miei simili nell'oscurità di un container. Sarei partito per un lunghissimo viaggio che mi avrebbe portato in un mondo sconosciuto.
Mi avevano fatto di grandezza media, alcuni dei miei compagni di viaggio più grandi avrebbero potuto contenermi. Sono scuro, quasi nero, e la sporcizia che mi si attaccava addosso durante il viaggio non si vedeva troppo. Sopra mi avevano adagiato i compagni più piccoli, alcuni dei quali avevo sentito dire che avrebbero portato dentro di sé qualcosa chiamato "libri".
Sbarcammo una fredda mattina d'inverno e l'unico suono erano le stridule grida di grossi volatili bianchi che si aggiravano per il porto. Ci divisero in gruppi, e ogni gruppo fu portato in uno dei negozi della catena "Decathlon". Ricordo il nome perché mi misero un'etichetta blu addosso appena entrai. A me era toccato un negozio vicino al porto e dallo scaffale dove mi avevano appoggiato intravedevo il mare. Qualche mese passò prima che se ne andassero un paio di esemplari identici a me che mi stavano sopra e mi coprivano, e diventassi alla portata di tutti.
Un giorno passò di lì una coppia, o forse era un essere bicefalo, non l'ho ancora capito bene. Le loro idee non erano chiare: si aggiravano indecisi per il negozio, non sapevano dove volevano andare, che viaggio volessero fare: quindi non sapevano quale zaino gli servisse. Erano due teste (forse dello stesso corpo) che parlavano e parlavano: dove andremo? come faremo? andrá tutto bene? Si erano fermati davanti a me, mi guardavano fisso. Un ragazzo vestito con uno strano giubbetto grigio senza maniche arrivò e cominciò a spiegargli alcune delle mie caratteristiche, di cui io non sapevo quasi nulla. È una sensazione curiosa quando qualcuno sa molto più di te su come sei fatto.
Non c'era verso che si decidessero ed io ero già sicuro che non mi avrebbero mai portato via. Ma alla fine a sorpresa si decisero... Solo che invece di prendermi scelsero l'esemplare identico a me che mi stava sotto! Cominciai a imprecare. Magari la vita nel negozio con vista mare non era così male. Ma io volevo cominciare a fare ciò per cui sapevo di essere nato. Volevo viaggiare sulle spalle del mio propietario, portando dentro di me tutto ciò che di più intimo avrebbe avuto: calzini, mutande, forse persino soldi e documenti. Però avevano preso quel mio simile che stava sotto di me. Perché? Questo bisogna chiederlo alla parte femminile dell'essere bicefalo, o della coppia. Una delle poche cose che ho capito delle persone è che le femmine sono sempre più prudenti dei maschi. Mi pare che quella testa di donna avesse pensato che potessi essere danneggiato: dal momento che ero sopra a tutti gli altri tutti i potenziali compratori avevano potuto toccarmi e quindi in qualche modo rovinarmi. Imprecavo e imprecavo, convinto di dover passare il resto della mia vita su quello scaffale. La fortuna però volle che chi era davvero danneggiato era quel mio compagno d'avventura, a cui mancava un pezzo importante: una fibbia di plastica indispensabile per chiuderlo. Il commesso tornò, rimise a posto il mio confratello e tornò dalla coppia indecisa (o essere bicefalo) con me in mano.
FINE PRIMA PARTE