I admire them. They didn't have money or weapons; they were very clever, you know. They used everything Americans left behind to make new weapons, to dig new traps. They were less than us but they won the war.
En estos términos se expresó nuestro guía de los túneles de Cu Chi, un ex combatiente de la guerra del Vietnam de origen vietnamita-filipino que luchó en la marina americana y que formó parte de las operaciones de búsqueda y destrucción (Saerch and Destroy missions) en el área de Cu Chi, a unos 40 km de Saigón (HCMC) y a tan sólo 20 Km de la frontera con Camboya.
La guerra del Vietnam (o The American War, como ellos la denominan) ha sido uno de los conflictos amados más controvertidos e infames del s. XX. En dicha confrontación se dejaron la vida alrededor de 60000 americanos y más de dos millones de vietnamitas, entre soldados, guerrilleros y civiles. Por no contar con el ingente número de heridos y de afectados en general, las mal llamadas "víctimas colaterales". Entre la guerra y la posguerra, no quedó una sola familia que no hubiera perdido algo: la casa, las tierras, un familiar, un miembro del propio cuerpo o, en muchos casos, que no hubiera sido afectado por los agentes tóxicos que los EEUU vertieron por todo el territorio.
Desde 1965 hasta 1975 los soldados estadounidenses lucharon en las junglas vietnamitas contra un enemigo fantasma. El Viet Cong, la guerrilla popular vietnamita que luchaba a favor del Vietnam del norte, entabló una guerra de guerrillas para la que los americanos no habían sido entrenados. Atacaban de noche y durante el día se ocultaban bajo tierra, en una elaborada red de intrincados túneles que ellos mismos habían construido.
Estos túneles, en concreto los de Cu Chi, llegaron a medir 350 km de largo y a estar construidos en tres niveles diferentes: a 6, a 8 y a 10 metros de profundidad. A través de la red, los guerrilleros se movían rápidamente ante un enemigo pasmado que creía enfrentarse a un ejército mucho más numeroso. No sólo utilizaron los túneles para escapar y emboscar, en muchas zonas construyeron ciudades enteras bajo tierra en las que no faltaban cocinas, dormitorios, guarderías, hospitales improvisados, salas de reunión y por supuesto salidas de emergencia y respiraderos. Todo un mundo underground para resistir ante un enemigo mucho superior en armamento y número de hombres. Los túneles llegaron incluso hasta una de las bases americanas en la jungla, o mejor dicho, los americanos construyeron su base sobre la red de madrigueras sin darse cuenta.
Los americanos, sabiendo que se escondían bajo tierra, intentaron por todos los medios inutilizar los túneles. Usaron perros para seguir el rastro y encontrar las entradas a los túneles pero los VC construyeron trampas para cazar a los animales. Utilizaron granadas y bombas para destruir los túneles, pero los VC los reconstruían por la noche. Incluso entrenaron unidades para entrar en los túneles y matar a los guerrilleros, pero éstos los emboscaban incluso bajo tierra. El sistema de túneles fue, en definitiva, una de las armas más efectivas para la desmoralización de las tropas estadounidense que pasaban días enteros peinando kilómetros de terreno sin resultado y con numerosas bajas.
No hay que olvidar que el Viet Cong no era más que un ejército de liberación popular. No disponían de medios ni de soporte económico pero hicieron frente al poderoso enemigo con ingenio y amplias maniobras de reciclaje. Los marines pasaban por la jungla como un elefante en una cacharrería y dejaban tras de sí un arsenal de materiales que los guerrilleros reutilizaban, a saber, los neumáticos para hacer sandalias, las bombas explotadas para extraer pólvora o para realizar trampas. Todo se podía aprovechar. Así, sin darse cuenta el ejército americano se convirtió en el mayor proveedor de materiales para realizar armas del Viet Cong.
***
Era pleno agosto. Hacía un calor infernal en medio de aquella jungla. La humedad era tan alta que toda yo era transpiración y vaho. Avanzábamos siguiendo al guía, un hombrecillo asiático que decía haber combatido en la marina norteamericana durante la guerra del Vietnam. Hicimos varios altos en el camino: he aquí una trampa para matar perros, he aquí una trampilla para preparar emboscadas, he aquí una entrada al sistema de túneles que tenéis bajo los pies, he aquí un tanque americano abandonado tras la retirada, etc. Al final del recorrido se nos permitía hacer dos cosas:
1. Comprar balas y disparar en un campo de tiro controlado por el ejército. Se podían utilizar las armas que usaron los contrincantes de ambos bandos.
2. Recorrer una pequeñísima parte de los túneles, apenas unos 150 metros.
Me negué a disparar un arma; no es lo mío, pero me moría de curiosidad por ver los túneles con mis propios ojos.
No soy claustrofóbica y no me asusta la oscuridad, pero he de decir que a 8 metros bajo tierra y en fila india por unas galerías cuyo tamaño te obligaba a ir en cuclillas y con la cabeza gacha las cosas se ven desde otra óptica. La sección de túneles que nos dejan visitar está preparada para el turista: se agrandaron un poco las galerías (los vietnamitas son menos corpulentos y si los túneles se dejaban de tamaño original los occidentales nos quedaríamos atorados. Mal negocio.) y hay cada pocos metros una lamparita de luz ténue. Cada 30 metros hay una salida "de emergencia" que también sirve de respiradero, porque de otro modo no llegaría oxígeno suficiente. El guía nos dijo que no hacía falta llegar hasta el final del recorrido, que se podía salir por cualquiera de las salidas de emergencia. Pensé que exageraba. Las tripas se me hicieron un nudo bien prieto cuando vi que una de las chicas que iba en el grupo anterior a nosotros, nada más asomar la cabeza, había decidido no entrar. No me gusta nada, pensé, pero la gente es un poco exagerada.
No sé cuanto tiempo estuve bajo tierra, probablemente no más de cinco minutos, pero a mí se me antojó toda una eternidad. El calor es insoportable ahí abajo, notas como tu respiración se hace pesada y costosa, tienes dificultad para moverte y también para avanzar (porque todos los turistas entramos en fila de uno y dependes de lo que corra el primero para poder seguir). No hay escapatoria, una vez dentro del túnel no puedes huir hasta la siguiente salida. Nada más bajar al primer nivel pensé: me va a dar un ataque de ansiedad y no voy a poder salir de aquí. ¡Qué sensación de asfixia! ¡Qué sofoco! Hacia delante cola de turistas que avanzaban despacito, hacia atrás más de los mismo. Me agarré con fuerza a mi compañero y apreté los dientes: no me voy a rendir. Pasamos junto a la primera salida de emergencia y superé la tentación de salir. El aire fresco que entraba me recordó que todo estaba bien.
En un momento dado, la cola se detuvo. Recuerdo que nosotros estábamos en medio de la oscuridad y bastante lejos de una salida de emergencia. De nuevo me sentí atrapada y noté como se me aceleraba el pulso. Por culpa de los nervios me costaba respirar cada vez más y sentí el impulso de gritar y de empujar a todos para escapar... Pero aguanté y la fila volvió a moverse de nuevo. Pasamos por otras 3 salidas más pero ambos aguantamos como jabatos. Al salir de los túneles pensé que era la primera vez en mi vida que había sentido un terror tan real. Fue como si hubiera estado buceando a pulmón y de repente saliera a la superficie. Las impresiones eran reales allí abajo y la sensación de peligro se podía palpar. No podía parar de preguntarme cómo habían hecho aquellos hombres del siglo pasado para vivir en aquellas condiciones: bajo tierra, con calor, con poco oxígeno; con el sónido de los bombazos, de los tanques y de las ráfagas de ametralladora sobre sus cuerpos y con el miedo a morir agarrándoles las tripas con fuerza. Salir de nuevo a la atmósfera pastosa la jungla fue para mí como nacer de nuevo. Definitivamente, pensé, no me va el underground.