DÍA TRES: Peh-fium pagoudah (perfume pagoda o pagoda del perfume)
Esta excursión es muy interesante por diversos motivos:
1. Desde un punto de vista espiritual, porque te adentra en el corazón del budismo vietnamita y te lleva a conocer uno de los centros de peregrinaje más importantes de Vietnam.
2. Desde un punto de vista paisajista, porque el entorno que rodea la pagoda es es-pec-ta-cu-lar. Montañas, niebla, río con meandros... Todo lo que en el imaginario común se asocia al sudeste asiático. Me faltaron los pandas y un par de chinos practicando Kung fu.
3. Desde un punto de vista deportivo, porque, si quieres, se puede hacer la peregrinación montaña arriba durante una hora y eso en el trópico es muy agotador.
4. Desde el punto de vista de la aventura, porque la excursión incluye de todo: viajecito de dos horas en minibús por las carreteras vietnamitas (con suerte tiene aire acondicionado, si no, tiene aire acondiciónde, a condición de que abras la ventanilla), trayecto en barca de remos por el río con remera incluída (más o menos una hora), gastronomía (suele incluir una comida en uno de los restaurantes/entoldados del complejo), ascensión a la montaña en teleférico (15 minutos), espeleología (la pagoda está situada dentro de una gruta natural con altares, velas y ofrendas) y pequeño trekking de bajada (aproximadamente una hora, quizás más, depende del paso y de la meteorología).
La visita a la pagoda del perfume es una trampa para turistas/peregrinos autóctonos en toda regla. Sin embargo, yo os diría que no os la perdáis, aunque sólo sea para admirar las montañas escondidas tras la niebla o imbuirse de la "santidad" que desprende esta montaña sagrada. En realidad, el complejo de la pagoda del perfume es ingente. Por toda la zona hay infinidad de templos que los peregrinos visitan en temporada alta.
Lo interesante de hacer esta visita en verano es que es temporada baja para el turismo nacional por lo que toooodo está silencioso y... cerrado. Sí, he dicho bien, cerrado. Excluyendo los restaurantes entoldados al pie del funicular, que funcionan durante todo el año para las excursiones de turistas, la mayoría de tiendecitas y puestecitos que se encuentran a ambos lados del camino que sube hacia la pagoda están cerrados. Por lo visto, en temporada alta (entre febrero y marzo y en la fiesta del Tet), este camino empinado con escalinatas está a rebosar de vietnamitas. Y a la pagoda casi no se puede entrar porque los fieles acuden a miles. Lo malo es, como no, el monzón, que en ese momento está en su pleno apogeo, y el bochorno, que consume hasta a los excursionistas más avezados.
Nosotros compartimos nuestra barquita con una familia francesa. En total íbamos seis personas más la barquera, que colocada al final de todo remaba con fruición. El paseo por el río fue de lo más placentero hasta casi el final del trayecto, cuando para rematar los últimos 10 minutos rompió a llover. La incomodidad de ponerse por encima el chubasquero, a bordo de una barca poco estable y de intentar cubrir la mochila y de no mojarse los pies, es difícil de describir. Por suerte desembarcamos y nos llevaron directamente al restaurante.
Bajo un toldo más típico de las fiestas de pueblo que de un restaurante, nos sentaron a todos los integrantes de la excursión (dos barcas, a lo sumo tres) a una mesa. Allí empezaron a distribuir platillos de arroz, ensaladas y otras carnes en salsa. Creo recordar que nos dejaron escoger la bebida y que el postre fueron unas frutas. De ahí al teleférico.
El viaje es maravilloso. Las cestitas amarillas y rojas se mueven con convicción a través de los bancos de niebla y te descubren un paisaje maravilloso de colinas arboladas. De vez en cuando, uno alcanza a ver el camino, formando vueltas y tornos como una serpiente de piedra. No llueve, pero el cielo está completamente encapotado y la humedad en el ambiente, de nuevo te hace transpirar de manera pertinaz. Con porfía y contumancia, las cabinas del teleférico ascienden, estables, hasta dejarte en la cima de la montaña. El paseo por las nubes: maravilloso.
Una vez en tierra de nuevo, el guía nos llevó hasta la entrada de la cueva. Además de algunos grupos de turistas despitados y de unos pocos vietnamitas pululando, éramos los únicos que estaban en la pagoda. El tenaz zumbido de unas abejas nos alertó de que debía haber un panal por los alrededores. El guía nos lo indicó con el dedo: era una colmena enorme que colgaba en la entrada de la gruta. La oquedad amplificaba el distintivo sonido y pareciá que viniera de dentro un ejercito de abejas asesinas. Un pequeño recorrido discurría dentro del santuario en el cual se podían observar varios altares y monolitos adornados con banderitas, siendo el más importante el que se encuentra en la entrada.
Toda esta parte de la visita la hicimos en seco, pero al llegar la hora de volver a bajar, parece que volvieron a abrir la ducha. Tuvimos que esperar durante largo rato al lado del baño del complejo y comenzamos en descenso con lluvias escalonadas, parapetándonos como pudimos bajo árboles y tenderetes. Esto no fue la peor parte. Lo peor con diferencia fue la persistente lluvia monzónica mientras volvíamos en barca a buscar el autobús. Una hora de lluvia, en barca, sin más cubierta que un plástico impermeable es difícil de asumir. De todas maneras, la verdad es que como hace mucho calor, un poco de lluvia se agradece. Además, ver la lluvia caer sobre la superficie plana del río pues tiene un algo romántico, no os lo voy a negar. El romanticismo del viaje se acaba cuando la barquera te pide dinero. Forma parte de la idiosincràsia del país, por todo te piden dinero, nada es gratis: son unos negociantes de cuidado. ´
To be continued...
To be continued...