jueves, 23 de agosto de 2012

Bangkok... Again

Es la cuarta vez que estoy en Bangkok en un año, siempre por períodos cortos de tiempo, y ya estoy más que harta. Eso es lo que tiene esta ciudad: o la adoras o la odias con toda tu alma. Bangkok es sinónimo de caos, de ruido, de tráfico, de polución y de suciedad. Hay dos cosas que me ocurren cada vez que la visito:
1. Tengo la impresión de que la jungla quiere tragársela, quizás porque en vez de pinos veo palmeras y flora selvática.
2. Me siento engullida a su vez por su masa de hormigón.
Si se observa Bangkok desde las alturas, la vía del sky train o del ten del aeropuerto sin ir más lejos, puedes ver tupidas masas de palmeras tropicales abriéndose paso entre rascacielos y chabolas-Es todo un espectáculo. Asimismo, la ciudad no está hecha a medida del peatón. Una insignificante humana deambulando de puente a puente y de calle en callejuela no es más que una hormiga.
Es sin duda ciudad de fuertes contrastes: monjes budistas, putas y ejecutivos se mezclan por sus avenidas recalentadas por el sol tropical sin inmutarse. La pobreza más miserable convive con el lujo y el oropel. Barracas y rascacielos, templos y burdeles: para todo hay cabida en la gran Bangkok. Hay, sin embargo, varios aspectos de la vida del tailandés de capital que me fascinan. Voy a intentar enumerarlos:
1. El trasporte público: El sky train (BTS) y el metro (MTR) son rapidísimos, modernísimos y limpísimos. Me sorprendió bastante sorprendente el hecho de que hubiera que pasar por el arco de seguridad para acceder al metro. No sé por qué: todos los pasajeros pitaban y no había registros posteriores.
Los abonos de BTES y del MTR van por zonas. Por lo general, si el desplazamiento es de una parada, se pagan 15 bahts, de dos paradas 20 y así sucesivamente. Las máquinas expendedoras sólo admiten monedas y son el único medio de comprar billetes. Hay taquillas, con personas detrás de vidrio, pero sólo sirven ara comprar abonos de un mese o de varios días o incluso de un día. Si vas a comprar un abono sencillo y no dispones de monedas, hay que hacer cola en la taquilla para que el empleado de turno te dé cambio. Nunca venden billetes sencillos. Además, yo creo que las tarjetas se reciclan. Una vez las has usado y salen del metro, se quedan dentro de la máquina. Tú nunca te quedas con tickets. Eso es ecológico, ¿no?
El MTR y el tren que va al aeropuerto, gestionado por la RENFE tailandesa, funciona con fichas, como las de los autos de choque de las ferias. Para que se te abra la puerta de entrada, hay que pasar las fichas por la zona indicada en cada molinete de entrada. Para salir del metro, hay que meter la ficha en la ranura de la puerta, como si fuese una hucha. Tampoco te quedas con ninguna de estas fichas.
La frase esta de "dejen salir antes de entrar" nunca fue más cierta y aplicable. En el BTS, a lo largo de todo el andén, hay unos dibujos de flechas. Estos dibujos coinciden con el lugar donde se abren las puertas. Hay en total 6 flechas por puerta: 4 inclinadas que indican hacia dentro y dos rectas que señalan la salida. Los tailandeses que quieren entrar en el vagón hacen cola tras las flechas inclinadas a cada lado de la puerta y hacen gala de gran paciencia mientras por el centro, entre las dos colas de ordenados ciudadanos, salen ríos y más ríos de gente que abandona el tren.
Hay dos líneas de sky train y una de MTR. Las tres están conectadas. En la intersección entra las líneas de Sukumvit y Silom (parada de Siam) se encuentran algunos delos centros comerciales de la ciudad. Éstos son enormes y están llenos de marcas internacionales que gozan de gran prestigio. En esta parada los trenes (que paran uno delante del otro) intercambian pasajeros, especialmente en hora punta.
La modernidad de estos medios de transporte, comparables a los de cualquier ciudad occidental, contrasta secamente con los anticuados y obsoletos que son los autobuses urbanos, sin aire acondicionado, sucios y, por lo general, atestados de gente.
 
2. La gastronomía: La diversidad de restaurantes y de puestos callejeros en los que se puede comer o tomar un tentempié me impresiona. No he visto ciudad con más puestos callejeros que ésta. Los hay de todo tipo: ambulantes, más o menos limpios, improvisados, con terraza, sucios, cochambrosos y llenos de mierda.
Algunos obviamente dan más confianza que otros al pobre turista. Nosotros al principio éramos bastante reticentes a pedir comida de los puestecillos, pero al final nos habíamos aficionado. Resultan una opción más que recomendable para los bolsillos pobres (la comida te sale por un tercio de lo que pagarías en un restaurante) pero no demasiado buena para los estómagos delicados. Un viajero vasco que conocimos en Birmania nos cantó las excelencias de la comida tailandesa de los puestos callejeros, eso a pesar de haber estado malo el segundo día de comer en Bangkok. Sin embargo me pareció bastante acertado en una cosa: todos los puestos trabajan sobre superficies de acero inoxidable. Eso indica que alguna ley lo regula. En mi humilde opción, pocos de ellos pasarían una inspección de sanidad, qué queréis que os diga.
Otra cosa curiosa es que el tipo de puestecillo callejero varía y evoluciona según la hora del día: por la mañana abundan los puestos de desayuno en los que sirven fruta, dulces y bebidas calientes y frías (mi favorita es el iced tea con leche). A partir de mediodía, llegan los puestos con las parrillas, los woks, los noodles y el arroz.
Qué decir de la comida tailandesa: deliciosa, pero comen de casi todo. En los puestos he visto desde frutas secas hasta cucarachas, pasando por gambitas saladas y postres de coco. No soy de las que se comería cualquier cosa, así que del arroz y de los noodles no me he salido. Dejo los insectos para los paladares más osados.
 
3. El shopping: En Bangkok se puede encontrar de todo, desde la ropa de las marcas más exclusivas hasta las camisetas más cutres para el turista. En los mercados nocturnos hay equipamiento deportivo, DVD, CD, zapatos, perfumes, en fin,  souvenirs de todo tipo. Los puestos típicos de camisetas y pantalones Thai, se intercalaban, de vez en cuando con mini sex shops con dildos y otros juguetes sexuales en exposición. En otros chiringos, también vendían guirnaldas de luces y manualidades (como por ejemplo, tuk túks en miniatura hechos con latas de refrescos).
Fuera de los mercados nocturnos, queda toda la zona de centros comerciales de Siam. Allí es dónde se pueden encontrar todas las cadenas europeas y americanas haciéndose la competencia en harmonía. También hay cabida para las marcas de alta costura y de alta joyería. Lo mejor de visitarlos es, sin dudar, el aire acondicionado.
Finalmente, hay que nombrar toda la zona de Khao San Rd y de los alrededores del templo del buda reclinado (Wat Pho), donde hay puestecillos  y tiendas de todo tipo durante el día. Es fácil encontrar ropa, comida, antigüedades, restaurantillos y, como no, las mesas de los adivinos. Es curioso ver que todos sus clientes son exclusivamente tailandeses.
En fin, que sí, que vale la pena visitar Bangkok, pero para mí no es necesario pasar allí demasiado tiempo. Puede ser muy agobiante.

jueves, 28 de junio de 2012

Splish, splash I was having a bath...

Antes de decidirnos por Vietnam, no sabíamos que nos podíamos encontrar con playas del calibre Caribe (si tal calibre existe y se aplica a las playas). Inmensos arenales bordeados por sinuosas palmeras conforman el litoral de este hermoso país. Playas, en su mayoría vírgenes, sin edificios de 40 plantas tapando la vista, sin ferrocarriles contaminado el ambiente con su ruido infernal, sin carreteras que bordeen la costa y desdibujen su perfil. Sólo arena y palmeras. Hablo, por supuesto, del norte del país, y quizás también del centro. La zona sur es otro cantar: se asemeja más a cualquier complejo hotelero del Caribe, a cualquier pueblo costero de la superexplotada costa mediterranea. Es más destacable el cemento y los vendedores ambulantes que la belleza del paisaje...
Nosotros estuvimos en varias playas vietnamitas. Recomiendo encarecidamente las playas cerca de Hoi an, las de las islas cercanas a Nha Trang y Mui Ne en temporada baja. No os podéis perder la bahía de Halong (aunque esto no sean playas propiamente: el paraje es idílico). Desaconsejo las playas de Nha Trang ciudad: son, eso, playas de ciudad.
Una de las veces que nos fuimos a tomar el sol, la primera, llegamos a una de esas playas preciosas con palmeras y mar azul verdoso de fondo. Curiosamente, pensamos, todo el mundo estaba acomodado debajo de la plantación de palmeras. Y yo me decía: "Con la cantidad de arena que hay, ¿cómo es que la gente no se agolpa como hormiguitas cerca de la orilla?" Enseguida se despejó la incógnita: no había bicho viviente que soportase ese sol. Caía sobre tu cabeza como una maza de hierro y te abrasaba. No quisimos pasarnos de valientes así que nos colocamos también bajo las palmas, a la fresca. Cuando quisimos darnos un baño, tuvimos que mover la paradita hacia la orilla. Llegar fue como atravesar el Sahara a mediodía. Creo que mis chancletas empezaban a derretirse por el calor... Nunca me había parecido que el sol estuviera tan cerca.
El agua... Cristalina, limpita, buenísima... ¿o no? Bueno, todo depende de a la hora que vayas a la playa. La verdad es que también nos sorprendió otra cosa: todas las personas que estaban en la playa eran guiris. Ni un solo vietnamita que estuviera allí por ocio, sólo por trabajo. "No tienen cultura de playa", me dije.  ¿Seguro? Cuando mejor estábamos en nuestro paraíso terrenal compartido con blancas pieles europeas, palmeritas y demás, llegan dos autocares llenos de vietnamitas que, cual horda de hunos, se bajan del transporte con grandes mantas y alfombras que extienden sobre la blanca arena. Con gran algarabía, familias enteras se apropian de la playa, de la zona sombreada de palmeras y sacan todo tipo de alimentos y bebidas para un gran ágape. Los niños, gritando y riendo, salen corriendo con botellines de refrescos, frutas y otras frivolidades en dirección hacia el mar. Se entretienen jugando en la orilla, comiéndose sus meriendas. De repente, al acabar con la comida los niños se lanzan al agua.
Hasta aquí todo parece normal, pero lo cierto es que he omitido ciertos detalles. Volvamos al momento en que los niños ruidosos se divierten al lado del mar. Se están comiendo sus meriendas, correteando y salpicándose... Vestidos. Vestidos de pies a cabeza con tejanos, camisetas, cinturones y uno hasta con zapatos. Es de esta guisa que, tras tirar los restos de comida, botellas y otros envases de plástico al mar (el mar se lo traga todo), los niños se tiran al agua y empiezan a chapotear y berrear. Al grito de los nenes se suma el de sus madres que se aproximan comadreando hacia la orilla con sus trajes pijameros para acabar tirándose al agua tapadas hasta las orejas. Alegres y contentas se ponen a remojo entre cáscaras de durazno, trozos de coco y botellas de plástico.
Yo, alucinada, miro la escena con estupefacción desde mi pareo de rayas bajo las hojas de palma. "Se han metido vestidos, mira, y hasta con zapatos y cinturones de cuero. ¿Lo has visto?" No salíamos de nuestro asombro. Sin embargo, todo tiene una explicación.
Los vietnamitas (y en general los asiáticos) son personas muy pudorosas. Eso de mostrar el cuerpo les avergüenza. Además, se considera que las pieles blancas son más bellas que las pieles morenas. Por eso, las mujeres se tapan hasta las orejas cuando van por la calle. Se tapan con mascarillas, calcetines y hasta guantes. No es de extrañar, pues, que no se pongan en bañador en la playa. Tampoco es tan raro que vayan a la playa cuando el sol está a punto de ponerse: no se quieren broncear, sólo remojar.
No hemos de olvidar que se trata de un país emergente y, por lo tanto, adolece de todas las contradicciones típicas en estos casos. Evidentemente existen los alimentos envasados y las bebidas gasificadas americanas y ellos son grandes consumidores. Al mismo tiempo no se ha desarrollado todavía la conciencia medioambiental. Ellos estaban quizás acostumbrados a tirar las cáscaras de coco al mar, pero nadie les ha dicho que una botella de plástico se ha de reciclar, que el mar no se lo traga todo. O quizás sí que se lo han dicho pero hay problemas más importantes de los que ocuparse.
Escenas como éstas se repitieron en varias de las playas que visitamos. En Cua Dai fue especialmente impactante, porque era la primera vez que lo veíamos y porque vienieron todos en manada y alborotando. Observamos la misma actitud en Nha Trang, aunque por ser una ciudad costera y vivir del turismo, los habitantes están quizás más acostumbrados a nuestra idea vacacional playera y occidental, y algunos jóvenes empiezan a ponerse bañador. La gente del sur en general se empieza a destapar, intuyo que sobre todo las clases altas. Recuerdo que fuimos de vacaciones a una de las islas del litoral frente a Nha Trang. Después de muchas peripecias, que merecen post propio, llegamos a una playa de guijarros nada espectacular y nos alquilamos una hamaca por unos pocos dongs. Al cabo de una media hora llegó una embarcación que atracó en la orilla y bajaron varios vietnamitas con bañador y chaleco salvavidas. También ellos alquilaron tumbonas y sombrillas y se tiraron al agua patos. Había a pocos metros de la orilla una plataforma flotante equipada con tobogán para hacer las delicias de los bañistas. A mi humilde entender, todos sabían nadar pero se metieron en el agua pertrechados con su aparatoso chaleco salvavidas (naranja y fluorescente). Parecían náufragos del Titanic en vez de turistas playeros. Realmente curioso...

domingo, 27 de mayo de 2012

Del norte al sur... en sleeping bus

Para recorrer Vietnam, nosotros decidimos que lo ideal era entrar por el norte e ir bajando paulatinamente hacia el sur. Así pues, nuestro periplo empezó en Hanoi y acabó en Ho Chi Minh City (Saigón). En poco menos de un mes recorrimos 1722, 7 km (según google maps) con toda suerte de medios de transporte terrestres. Ésta suele ser una de las rutas más habituales de los viajeros puesto que resulta de lo más natural. El país, con forma de "ese" o, como decían los propios vietnamitas, con forma de señorita con vestido de cola (a mí me cuesta verlo...) dispone de una línea de ferrocarril que conecta las dos viejas ciudades, amén de una red de carreteras llena de baches. Los trenes no son nada del otro mundo y los viajes se hacen interminables. Después de una experiencia grotesca desde Hanoi a Hue, mi inseparable "other half" y la que suscribe tomamos la decisión de continuar nuestra marcha en autocar. No sé si fue peor el remedio o la enfermedad...
En todo caso, ahora desde la distancia, nosotros podemos decir que tenemos el honor (dudoso) de haber montado y sobrevivido en dos ocasiones a los abominables "sleeping bus" tan comunes entre los mochileros que recorren Vietnam. Estos autocares son supuestamente el súmmun de la comodidad para los viajes económicos de larga distancia por carretera, o así lo ven los mismos habitantes del país usuarios habituales de este medio de transporte. Tanto es así, que cuando quisimos reservar un autocar para trasladarnos de Mui ne a Saigón en la recta final del viaje el chico de la recepción del hotel que nos gestionaba la reserva se quedó anonadado cuando insistimos en que el bus tuviera "normal seats".
Pero... ¿qué es un sleeping bus? Para los profanos en el tema del mochileo por Asia, diré que se trata de un autobús con tres hileras de literas. Cada uno de los camastros es en realidad un asiento reclinable que se tumba casi completamente. A los pies de la camita hay una especie de armazón para meter los pies dentro, de modo que pareces estar en un sarcófago. Para los que se preocupen por la seguridad, que no teman, no hace falta: el autocar incumple todas las normativas sobre seguridad vial posibles. Aunque, eso sí, te permiten atarte con un cinturón de seguridad cochambroso.
Hablando de cochambre, decía hace unas líneas que tenemos el honor de haber sobrevivido al Sleeping bus, y lo digo por varios motivos:
1. Por las contravenidas normativas de seguridad vial antes mencionadas.
2. Por la falta de higiene de los habitáculos-sarcófagos y de las mantas y almohadas que te prestaban para que el trayecto fuera más confortable.
Por suerte para nosotros pudimos hacernos con unos sacos de dormir de seda que sirvieron para mitigar los efectos de la mugre de las tapicerías.
3. Por la pericia/impericia (según se mire) de los chóferes que conducían durante horas por unas carreteras más que deficientes de doble sentido y sin mediana, rebasando todos los límites de velocidad habidos y por haber.
Para una persona como yo, de apenas metro sesenta, el espacio proporcionado para el cuerpo era suficiente. Sin embargo mi compañero tuvo muchas dificultades para meter su metro ochenta y siete dentro del cofre. Al salir del carromato estaba como plegado, giboso y arrugado... Poor thing... De hecho, no cogimos más de estos inventos porque se negó en redondo a sufrir de nuevo la humillación de encastrar su cuerpote en tan ínfimo arcón. Por mi parte, apenas padecía el típico dolor de riñones que se te queda después de una noche dentro de un cajón rebotándo de bache en bache. Quién no lo ha experimentado...
Las dos primeras horas del primer viaje (el del desvirgue) cuando aún estaba anocheciendo, todavía se veía el paisaje y uno se podía incorporar para mirar por la ventana, no fueron tan malas. En cuanto se puso el sol y apagaron la luz fue cuando me di cuenta de que ya no había marcha atrás. Me encomendé a la Virgen, Buda, Shiva y Zeus a la vez; cerré los ojos y dormí del tirón hasta las 2 de la mañana.

2 de la mañana
El conductor da un giro brusco y se mete en un restaurante de carretera cutre, cutre, pero que muy cutre... Bajamos los noctámbulos desgreñados con hambre, sueño y pis. Lo primero que nos encontramos es una cola inmensa en el baño. Cuando logro entrar, el olor y las moscas me acaban de despertar. EEEECSSSS. A continuación, descubrimos que hay una cierta reticencia entre los camareros y cocineros para servir a los turistas; los mismos camareros y cocineros que se desviven por alimentar a los dos chóferes (descubro con alivio que son dos). Pasa media hora y no nos sirven. Ni siquiera salen a la barra. Finalmente compramos una botella de agua. Ahora sí que vienen a cobrar. GRBRRRR... De vuelta al hotelucho con ruedas.

Ésta fue la única parada en todo el camino que fue laaaaaaaaaaargo y agotador. Cuando llegamos a Nha Trang, nos encontramos con un Lloret de mar a la vietnamita pero por suerte la parada del autocar era un bar muy cerca de nuestro hotel. Sí, sí, un bar-agencia de viajes, otra de las innovaciones vietnamitas. Buff... Por lo menos no nos tocó pegarnos la gran paliza a pleno sol.
El segundo viaje en Sleeping bus nos pilló por sorpresa. No nos esperábamos viajar en otro, especialmente porque este trayecto era en pleno día y pensábamos que lo de Sleeping era porque la gente duerme, por lo de la nocturnidad y eso... Pues no. Los sleeping bus corren por las carreteras de día y de noche. Sucede que en los hoteles (que son los que te suelen gestionar las reservas) dan por sentado que los extranjeros gustamos de la comodidad de ir tumbados mientras viajamos, cual patricios romanos en litera por la calles de una ajetreada Roma. Y no te preguntan, simplemente de montan en un sleeping bus. Esta vez lo más siginficativo del viaje fueron los paisajes a plena luz del día y las curvas para entrar a Mui ne. Subida como iba en la litera superior, me parecía que iba a salir disparada por la luna delantera. Y eso que iba atada con el cinturón de seguridad...